
Traga estrepitosamente el bolo alimenticio consistente en pan blando y pancho amostazado, se limpia la boca con la camisa blanca con rayitas celestes que usa hace quince años. Ya es casi un trapo, pero queda cómoda y no tiene otra; como le dice a la gorda, “es la mejor que tengo”, aunque en realidad es la única. La usa desprendida hasta donde comienza a protuberar la buzarda, y las mangas también van desprendidas, porque es de jetón andar con las mangas abrochadas.
El carné de socio del “hura” tiene una foto suya de hace veinte años. En la foto ya se podía adivinar que veinte años después la cara del macho del buceo iba a evolucionar exactamente de la manera en que lo hizo: canas grises despeinadas y engrasadas, labios carnosos y agrietados, nariz rechoncha y papada forrada de barba de seis días, haciendo juego con los pelos que sobresalen atropelladamente de adentro de las orejas.
Elige el camino de siempre y se sienta en lo que vendría a ser la Olímpica del Parque Huracán. Ve todo el partido y pierde la voz de gritarle al línea. En realidad no pudo ver el partido. Vio al línea.
2 comentarios:
Reveladora crónica de unos de esos tantos héroes anónimos y pilares de la sociedad.
El macho este tiene al topo giggio del hura tatuado en un gordo y peludo brazo. Por supuesto que un tatuaje de pésima calidad.
CAMPAÑA PARA QUE NO SE MUERA EL MACHO PERONISTA
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